Construyendo un puente sobre el río Arno


Hubo una vez un barquero que, cansado de remar en su barca para cruzar pasajeros de un lado a otro, se le ocurrió la brillante idea de tender un puente sobre el río Arno. La idea era fantástica pero alocada, más que nada porque en ese lugar, en el pueblo de Anchetta, cerca de Florencia, el Arno a su paso, mide más de 90 metros de ancho y también porque el intrepido barquero jamás había construido un puente.

La idea fue adueñandose de él. Asomado a la ventana que daba al río o sentado en su barca, soñaba con el puente. Muchas fueron las noches en que, no pudiendo pegar ojo, pasaba las horas mirando hacia Vallina, el pueblo vecino frente al río.

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Un día decidió viajar a Florencia para hablar con un ingeniero. Después de contar a este su sueño dorado, le preguntó cuanto le llevaría por contruir el puente. Diez millones de Liras, fueron los rápidos cálculos realizados por el prestigioso ingeniero. Todo cuanto poseía el barquero en este mundo era 500.000 liras. Si quería puente, tendría que hacerlo el mismo.

Había que empezar por recabar el permiso de las autoridades competentes. Trazó con un lápiz, un croquis de lo que él imaginaba como habría de ser el puente una vez construido lo presentó en la oficina del ingeniero del distrito. El croquis desperto risas y hubiera ido al cesto de la papelera, a no ser por la implorante mirada del barquero. Entre bromas le dieron el permiso, pensando en que el pobre loco desistiría en su idea.

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A principios de marzo de 1947, Guido Barloloni comenzó las excavaciones de su puente. El puente colgante de Anchetta.

Su mujer Giulia se encargó de tripular la barca. Guido abrió dos zanjas de tres metros de hondo por cuatro de ancho para los postes de anclaje de los cables. Pedaleando en bicicleta fue hasta Florencia, recorrió todos los depositos de chatarra en que se apilaban los desechos de la guerra, y encontró los postes que necesitaba. En un carro los llevó a Anchetta y los plantó en las zanjas.

Después viajaba a Florencia una vez por semana y volvía con el carro lleno de pernos, tuercas, clavos, etc. Toda clase de inservibles amasijos de vehículos de la segunda guerra mundial. Una noche, siendo avanzada la hora, hallandose rendido de cansancio, cayó en una de sus zanjas y se rompió dos costillas. El médico le prescribió un mes completo de reposo, pero Guido se empeñó en seguir adelante con su proyecto.

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Los domingos y durante las tardes entre semana, los aldeanos acudían a verlo trabajar. Todos convenían en que el hombre se había vuelto loco. Pero Guido se hallaba demasiado absorto en su obra para que hiciese mella las burlas y las críticas que recibía de sus vecinos.

Colgado de una soga, hacía avanzar una precaria polea metro a metro, para ir empernando una tras otra las vigas. Viéndolo suspendido en el aire los aldeanos le gritaban,»Mirad el Mico«, siendo el hazmerreír de la señora Bartoloni. La locura por acabar el puente de su marido llegaba a límites insospechados.

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Guido vendió las pocas joyas de la señora Giulia, los abrigos de ambos, las gallinas que eran su orgullo y hasta parte de los muebles. Mucha gente le preguntaba si no sería más prudente mandar a Guido al manicomio.

Paso un año. La jornada de trabajo se prolongó de 12 horas que duraba al principio a 14 y hasta 18 en algunas ocasiones, por espacio de 12 meses. Perdió más de 15 kilos de peso. Dos años estuvieron alimentandose con sopa. Su mujer puso el grito en el cielo diciendo que iban a quedarse en la calle. Pero el puente había cesado de ser una quimera, el armazón de acero era ya una realidad.

Labró la madera con la azuela que había pertencecido a su abuelo y colocó los tablones uno por uno de una orilla a la otra. Más tarde cubrió el piso con asfalto. Su sobrino de cuatro años, fue el primero en cruzar el puente de Bartoloni.

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Asentó los cuatro pilares, que pesaban una tonelada cada uno, tendió cables de más de 120 metros de largo, empernó las vigas, realizó a mano más de 50.000 agujeros de los pernos, puso el entablado y lo revistió de asfalto. Casi 40 toneladas de acero transportó desde Florencia en carretilla.

El 10 de Julio de 1949 tendieron una cuerda en mitad del puente. El alcalde de Anchetta se adelantó al encuentro del alcalde de Vallina. Los dos cortaron la cuerda y quedó así oficialmente inagurado el puente. Una banda de música amenizó los actos, hubo discursos y la gente cantó y bailó.

En la fachada de la casa de Guido, campea hoy una lápida de mármol con la inscripción:» Para que la inventiva, la constancia y el espíritu público de Guido Bartoloni, creador y único constructor del puente, sirva de estímulo a venideras generaciones, lo dedican los vecinos de Anchetta y Vallina».

El puente fue barrido literalmente después de las tremendas  inundaciones sufridas en Florencia  el 4 de Noviembre de 1966.

Información extraída en Colecciones Reader 1952, del baúl.

Más información y inundaciones en Wikipedia , en Compiobbi y en Myrtle Groggins

Algunas fotos en  Compiobbi

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10 comentarios en “Construyendo un puente sobre el río Arno

  1. Extraordinario el tesón de ese señor, realmente, y una fuerza de voluntad increíble,las cosas que cuenta son muy interesantes, siempre lo he dicho.Gracias.

  2. Un ingeniero en estado puro, a esos «locos» les debemos la mayoría de los avances.

    Josete, no te preocupes ni te agobies por mi exposición, aún va a estar todo el mes, y la voy a recopilar virtualmente.

    BUEN VIAJE!

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  4. Ni el dinero , ni la fama , ni las posesiones la sal de la vida es empezar un proyecto , una meta y disfrutar el trayecto mientras lo terminas y si es útil y beneficioso para los demás muchísimo mejor y ese sentimiento de logro te lo llevas a la otra vida y los que se burlaron , rieron se quedan allí sin pena ni gloria a la orilla del camino a ver quien los lleva.

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